
Tres formas crueles de comprender que uno se hace viejo.
- La primera es ir corriendo a unos grandes almacenes, entrar en uno de esos ascensores llenos de espejos y dar las buenas tardes al señor que está dentro. Mientras uno piensa lo mal educado que es por no contestar cae en la cuenta de que el del espejo es uno mismo.
- La segunda es ir por la calle y mirar a una señorita y comprobar que no te devuelve la mirada a ti, sino a tu hijo que va a tu lado y que, sin darte cuenta, ya es más alto que tú.
- La tercera, y más cruel, le sucedió a un poeta vasco y lo reflejó en una poesía. Una vez paró su coche en un semáforo y de pronto cruzó delante de él una preciosa joven pelirroja. No dejaba de mirarla y admirarla cuando ella le devolvió una mirada y una sonrisa, en esos momentos fue el hombre más feliz de la tierra, hasta que se dio cuenta de que era la amiga de su hija.
Así que uno se mira en el espejo y sólo desea llegar, al menos, a la edad que representa.
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